Hay una realidad e infinidad de libros.
Desde la ventana, asomaban los rayos de sol que pedían entrar pero ella los negaba cerrando sus cortinas. Ya todo le daba igual, hacia tiempo que estaba así, unas 9 horas unos 34 minutos y los segundos que siguen pasando, encerrada en sus cuatro paredes sin contacto alguno con el exterior, solo para hacer la rutina de todo los días, nada nuevo. Todo era tan patético, tan monótono, tan cotidiano. Estaba en un estado de aceptación al cambio de rutina, replanteándose quien quería ser a partir de ahora, prácticamente detenida en el tiempo y con mucho miedo a avanzar, sin él.
Lo único que viajaba era su mente hacia los recuerdos e imaginando varios posibles finales y los ojos revoloteaban de un lado hacia el otro mirando su desorden mental reflejado en su habitación. El café de la media tarde ya estaba frío, los libros demostraban un caos interesante, pero eran su única escapatoria hacia otra realidad llena de utopías, la cama aun desecha desde que él se marcho y los sueños se colgaban de las paredes, creyendo que un día el techo se iba a abrir para que salieran. Estaba sentada en su rincón preferido, sobre una montaña de ropa acumulada en el suelo donde podía contemplan mejor el cuadro que alguien le había regalado hace mucho y tenia como excusa para perder la mirada sobre el.
De repente se acordó de algo... Si, esto ya lo había escrito, ya había visto esta escena antes y ya vivió este caos ¿Por qué estoy de vuelta acá? Por qué otra vez tengo que extrañar lo que fui? Pero por sobre todas las cosas por qué prefiero hundirme en utopías y soñar con otra vida.
Leer, es genial, pero se vuelve triste cuando preferimos ilusiones antes que nuestra realidad.
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